Legiones de ángeles incordiando al traductor
Una de las últimas noticias de 2013 que dio la vuelta al mundo vertiginosamente fue la “hazaña” de Tamsanqa Jantjie, intrépido personaje que estuvo durante todo el funeral de Mandela “interpretando” para los sordos lo que decían los principales líderes políticos mundiales.
Pese al tiempo que ha transcurrido, todavía no se sabe a ciencia cierta si se trata del típico espabilado que quiso tener su minuto de gloria, si es verdad que es esquizofrénico y tuvo una especie de ataque durante el funeral o si, por el contrario, lo que es cierto es su explicación de lo ocurrido: que vio y oyó voces en su cabeza que le distraían, mientras legiones de ángeles descendían sobre el estadio… Reconozcamos que, sea como sea, a cualquiera de nosotros le habría sido difícil mantener la concentración si se produce una tertulia entre varios personajes dentro de nuestra cabeza a la vez que legiones de querubines, serafines, tronos y demás espíritus celestes aparecen en escena…
Mi conocimiento del lenguaje de los sordos es nulo, por lo que no fui capaz de saber que este buen hombre no hacía más que gestos absurdos sin ningún tipo de significado, pero cuando lo vi explicado, y una vez superado el estupor inicial, pensé en la cantidad de veces que todos nosotros hemos estado frente al Tamsanqa de turno. Y, al igual que él hacía signos que pudieran parecer tener cierto significado cuando no decía absolutamente nada, nosotros nos hemos enfrentado a textos, escritos o hablados, que, aun constando de palabras normales e, incluso, bien escitas, no tienen ningún sentido o, peor, dicen cosas absurdas y ridículas.
Cuando me encuentro esas traducciones ridículas e ininteligibles, pienso si el traductor, cuando estaba realizando su trabajo, empezó a oír voces en su cabeza, o incluso si de repente vio que algún arcángel se abalanzaba sobre el ordenador impidiendo que su traducción correcta y sin error fluyera con la calidad y elegancia acostumbrada…. o, aunque sea menos novelesca, pienso en cuántos traductores de verdad, de los que no oyen voces ni ven ángeles, luchan día a día por honrar esta bendita profesión, y se esfuerzan por realizar un trabajo de calidad, mientras que otros que no son traductores profesionales, les usurpan su trabajo, como intrusos, realizando traducciones sin sentido ni significado, engañando a tanta gente que, pensando que tienen en sus manos una traducción, no tienen más que un cúmulo de gestos sin significado alguno.
Aunque me encanta mi profesión, reconozco que no siempre son seres celestiales los que me asaltan, sino demonios, diablillos y gremlins varios, entre los cuales el intrusismo y la falta de reconocimiento (que van a la par) tienen una nutrida representación, por desgracia.