¡Socorro! ¡Hay que traducir!
Parafraseando el nombre de este blog, hay ciertas ocasiones en que el binomio traducción y empresa se convierte en un gran problema.
A lo largo de mi trayectoria profesional he podido constatar muchas veces que para un número demasiado importante de empresas y de profesionales, la traducción de sus textos supone un grave problema para el que, en demasiadas ocasiones, no se han reservado ni recursos humanos, ni de calendario ni económicos. Y eso sin entrar en los problemas que seguramente conllevará el no haber creado los distintos materiales pensando en su posterior traducción y/o localización.
No es difícil imaginar la situación: departamento de una empresa de un tamaño considerable que ha invertido una importante cantidad de recursos, tanto económicos como humanos y materiales, en la realización de cierto proyecto y que ya lo tiene prácticamente terminado. Es en ese momento, ¡nunca antes!, cuando se acerca uno de los directivos y comenta, como el que no quiere la cosa: “Pues está todo muy bien, felicidades. Ya solo hace falta que lo “pongáis” también en inglés, francés y alemán y se acabó”.
Empiezan entonces los sudores fríos, las taquicardias y, desgraciadamente, en demasiados casos, las decisiones incorrectas (según las últimas estadísticas del Ministerio de Sanidad, este es el caso de mayor número de infartos dentro del gremio de los jefes de proyecto…)
El hecho de no haber considerado en los primeros momentos de un proyecto que hay que traducir el mismo a varios idiomas, es tan frecuente como problemático. Y en demasiadas ocasiones, es el proveedor de traducciones el que sufrirá la gran mayoría de estos problemas y, si es un verdadero profesional, el que terminará sufriendo todos los problemas. El jefe de proyecto se pondrá en contacto con el proveedor y le explicará, con mayor o menor acierto, el proyecto que han desarrollado, el problema que tienen y la solución que necesitarían. Por supuesto, la urgencia del proyecto es máxima. El proveedor pulsará ese famoso botón que existe en todas las empresas de traducción, botón de color “supermegahiperurgente” y se dispondrán a analizar los archivos y hacer un presupuesto.
Efectivamente, los archivos no están preparados para traducir, por lo que la mayoría de las herramientas de las que dispone la empresa no serán útiles al cien por cien y necesitará un buen volumen de horas “humanas”. Con una alta probabilidad el cliente no habrá enviado todos los archivos, porque no se le ha ocurrido, por ejemplo, que también hay que traducir las imágenes (imágenes para las que, faltaría más, no existen los archivos fuente con sus capas que facilitan la edición), o porque tendrá un buen número de archivos PDF de los que no existe rastro de sus archivos fuente…. Se termina el presupuesto, se manda al cliente y se le dice que para cumplir la fecha de entrega será necesario que lo aprueben en 24 horas… El cliente se lleva las manos a la cabeza por el precio de la traducción (sí, señores clientes, hace tiempo que se abolió la esclavitud en España, y aunque parezca mentira, los traductores y el resto de profesionales que participen en el proyecto tienen unos gastos que intentan afrontar con su sueldo… y eso tiene su coste, claro…).
Explicaciones, “regateos”, negociaciones, descuentos… (la consabida explicación de por qué Google Translator no es una buena ida)… ¡¡bien!! Ya hemos llegado a un acuerdo económico, ahora toca alcanzar un acuerdo en cuanto a los plazos (no, no es muy habitual que un profesional traduzca más de 50.000 palabras por minuto, señor cliente), lo que se debe incluir o no, el uso de ciertas herramientas, la calidad final de la traducción… y así un largo etcétera de cuestiones… El caso es que al final, para conseguir adaptarse a las urgencias y necesidades del cliente, se ha establecido un calendario y unas condiciones que no dejan ningún margen de maniobra al sufrido Jefe de Proyecto que lleve esto a cabo, con el consecuente riesgo en cuanto a la calidad del trabajo final.
Y qué decir de los costes: un proyecto así será mucho más caro que uno bien organizado y preparado desde la fase de desarrollo. Seguro que muchos de vosotros se verá reflejado en el ejemplo anterior, y muchos más podríais poner ejemplos de casos parecidos. Si alguno de vosotros piensa que he exagerado con este ejemplo, simplemente decirle que, como en el cine, “está basado en hechos reales” vividos por mí mismo.
Pero podría poner muchos más ejemplos, quizás no tan exagerados como el anterior: hace poco conocí en Fitur una empresa que se dedica a desarrollar un software de gestión hotelera. Lo habían desarrollado en español y nunca habían pensado en la posibilidad de traducirlo. El caso es que fueron contratados para instalar su aplicación en un importante hotel de una capital de Europa del este… estudiamos la posibilidad de traducirlo, pero la arquitectura de la propia aplicación aumentaba la complejidad. Nuestros ingenieros de localización pusieron sobre la mesa varias soluciones, pero al final el problema era el de siempre: a estas alturas, ya no tenemos ni tiempo ni presupuesto. Al final, decidieron dejarlo en castellano y dar una serie de sesiones de formación para que el usuario, que no sabía una palabra de nuestro idioma, pudiera manejar el software. ¿Cuántas oportunidades de negocio perdieron por hacer así las cosas? ¿Cómo quedó su imagen?
Como en cualquier actividad profesional (¡y humana!), la falta de previsión y el hecho de no reservar los suficientes recursos humanos, económicos y de calendario en las primeras fases del proyecto conducen a que los resultados no sean los esperados. Estoy convencido de que los protagonistas de los ejemplos anteriores pensarán que la traducción es un gravísimo problema, una piedra en su zapato de buenos profesionales. Sin embargo, en mi próximo post intentaré explicar por qué, en realidad, la traducción es una excelente oportunidad de negocio, por qué es, probablemente, la manera más barata y sencilla de abrir nuevas oportunidades de negocio, de encontrar nuevos mercados.
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